Descubriendo el origen

Tailandia: Descubriendo el origen

Estoy sentada a la sombra de un frondoso árbol, siento su frescor, mis ojos están cerrados, espero que pase el tiempo y llegue el momento. Mientras tanto, me doy cuenta que estoy pensando en Tailandia: los olores, sabores, sonidos, imágenes…. se agolpan en mi mente, recreo situaciones, revivo cientos de vivencias y momentos de los muchos que me ha ofrecido este bello y místico país.

Aún con mis ojos cerrados, siento una sombra intensa delante de mí, los abro y encuentro observándome, hablándome con sus preciosos ojos, a una bella niña tailandesa de poco más de cuatro años. Está comiendo un helado, seguro que es de coco (sin querer, al posar mi mirada sobre él, he comenzado a salivar). Me mira muy fijamente, sonriente, muy sonriente, se acerca a mí y me ofrece helado, probablemente porque se dio cuenta que, por unas milésimas de segundo, deseé comerme su helado. Me agacho, me arrodillo, me pongo a su altura y le doy las gracias llevando mis manos juntas al centro del pecho. De repente, recuerdo que aún me quedan caramelos en la mochila. Son sin azúcar, por eso me sorprende tanto que a los tailandeses les gusten tanto, ya que ellos son adictos al azúcar y al picante por igual. Como si de un ritual se tratara, piden la comida, normalmente muy picante, añaden azúcar para quitar el fuerte sabor del picante y acto seguido, en ese mismo plato añaden más picante… así son ellos “sabai sabai”.

La niña thai sigue mirándome, observándome delicadamente. Se sienta a mi lado, desenvuelve el caramelo como si se tratara de su mayor tesoro. Me mira de nuevo, sonriendo, coge el caramelo del papel con sumo cuidado y lo acerca hacia mí, ofreciéndome. Con un simple gesto le agradezco y le hago entender que es sólo para ella. Brillante y reluciente, deja el caramelo encima de sus diminutas rodillas, junta sus manos en el centro del pecho y me dice: “kop kun ka“ (muchas gracias, en tailandés). Agarra el caramelo con una delicadeza propia de aquéllos que viven en la presencia del instante, y lo introduce en su boca. De pronto, se ha parado el tiempo y ella, una niña de cuatro años, en tan solo unos segundos me ha mostrado la presencia.

En un simple acto, Pi Joy, éste es su nombre, me ha recordado por qué un día decidí venir a Tailandia. Llegué hasta aquí porque necesitaba conocer y saber si aquello que había aprendido (a miles de kilómetros de la fuente) y que estábamos enseñando, aún surgido de nuestros corazones y con total objetividad, era lo que Kru Shivago (Padre de la Medicina Tradicional Tailandesa) y los pocos Ajahns (maestro en tailandés, actualmente son muy pocos los que reciben esa categoría) que siguen aún vivos, podrían reconocer como la esencia.

Siempre ha habido tantos mitos y leyendas entorno al origen del Masaje Thai…. Recuerdo en los inicios de mi práctica cómo me indignaba, cómo la rabia surgía automáticamente y de qué manera me enfadaba y respondía. Algo dentro de mí, me decía que eso no iba por buen camino, que no podía reaccionar y sentirme de aquel modo ante el comentario de cualquiera. Las personas simplemente actúan desde el único sitio y de la única manera que les es posible, desde su experiencia, la hayan tenido o no con el Masajes Tailandés. Muchas veces la gente se deja llevar por lo que otros dicen, por lo que alguna vez han oído y de ello hacen su propia interpretación.

Por fortuna para mí, en uno de mis viajes a Tailandia, estaba atendiendo un curso con el que había tenido muchas, muchas resistencias y un día después de clase, me quedé rezagada, recogía mis cosas pausadamente. Por fin, me había decidido, quería quedarme a solas con el Ajahn y sabía que si atendía lentamente y sobre todo, con mucha presencia, a mis últimos quehaceres de la jornada, podría hacerlo.

El Ajahn estaba de rodillas delante del altar, probablemente mostraba su agradecimiento, gratitud y respeto. Yo simplemente, me arrodillé junto a él, en silencio, en recogimiento, di las gracias por lo aprendido y por la oportunidad. Cuando abrí los ojos, el Ajahn me estaba observando, me sonrió y me dijo: “por fin te decidiste”.No podía verme pero noté cómo todo mi cuerpo se sonrojaba, temblaba y me decía, una y otra vez, “tendrías que haberte marchado”. Apunto estuve de levantarme y salir corriendo, pero afortunadamente para mí, no lo hice, agaché la cabeza, cerré los ojos y respiré profundamente; después abrí los ojos muy lentamente, como si de la penumbra tuviera que habituarme a la claridad; le miré sosteniendo su mirada, aunque lo único que quería era apartarla, sentí cómo mi corazón se calmaba, cómo mi respiración se tornaba calmada y cómo una serenidad muy gratificante, me llenaba y me envolvía. Le di las gracias, comencé a hablar muy despacio, como hago cuando sé que mis palabras salen de un lugar muy profundo en mí. Le conté mis miedos, dudas y preocupaciones sobre mi práctica y aquello que intentaba hacer llegar a los demás, estuve durante un largo rato hablando, le mostré mi vulnerabilidad, mis inseguridades y mayores miedos. Después me quedé en silencio y una paz enorme me invadió. El Ajahn me miraba, me observaba y de repente, comenzó a reír a carcajadas, me quedé perpleja pero era tal su manera de reír que no pude evitar acompañar sus risas, de súbito se hizo el silencio, él me miró con esa dulzura con la que las madres miran a sus bebés, y me dijo:“piensas demasiado, te preocupas demasiado, todo es mucho más sencillo. Escucha a tu corazón siempre que expongas tu práctica. Escucha a tu corazón cada vez que compartas y enseñes, escucha a tu corazón y aparta tu mente. El problema que tenéis, vosotros, los occidentales se llama ego”.

Quedé en silencio, él se levantó y se marchó. Me quedé ahí sentada durante un largo rato, sin saber muy bien qué había pasado, si es que había pasado algo, o simplemente lo había soñado y todo había sido mi arduo deseo de tener respuestas.

A la mañana siguiente, el Ajahn se acercó hasta donde estaba sentada, juntó sus manos en el centro del pecho y me dijo: “gracias por tu valentía”. A partir de ese instante, algo en mi práctica cambió, él me había mostrado lo que yo tanto deseaba ver, que mi experiencia, allá donde estuviera y sin importar la que fuera, podía existir únicamente donde Uno sólo Es, donde Uno sólo Existe, en la Presencia del Instante.

Ana Belén Martínez Yébana
Escuela de Masaje Tradicional Tailandés Rak Saeng
www.raksaeng.es

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